“Quedarse soltera, significa que ningún hombre consideró a la susodicha digna de llevar su nombre ni de remendar sus calcetines. Significa no haber transitado jamás de un modo de ser superfluo y adjetivo a otro necesario y sustancial. Significa convertirse en el comodín de la familia. ¿Hay un enfermo que cuidar? allí está fulanita que como no tiene obligaciones fijas... ¿Hay una pareja ansiosa de divertirse y no halla a quién confiar sus retoños? Allí está fulanita que hasta va a sentirse agradecida porque durante unas horas le proporcionen la ilusión de la maternidad y de la compañía que no tiene. ¿Hace falta dinero y fulanita lo gana o lo ha heredado? Pues que lo dé. ¿Con qué derecho va a gastarlo todo en sí misma cuando lo demás, que sí están agobiados por verdaderas necesidades, lo requieren? Y ¿Por qué las necesidades de los demás son verdaderas y las de la soltera son apenas caprichos? Porque lo que ella necesita lo necesita para sí misma y para nadie más y eso, en una mujer, no es lícito. Tiene que compartir, dar. Sólo justifica su existencia en función de la existencia de los demás. ...¿No estoy refiriéndome al siglo XIX? ¿No estoy concretándome a las mujeres provincianas? No. Quizás estoy pasándome por algunas salvedades que yo quisiera que fueran muy abundantes pero que mucho me temo que son más bien escasas. Si algunas mujeres logran liberarse de lo que Alfonsina Storni llamó "las tenazas dulces y a la vez enfriadas del patriarcado" es porque en algunos sectores de nuestra sociedad, en algunos grupos urbanos, la familia comienza a desintegrarse. La mujer escapa aprovechando la desbandada general. Pero allí donde la familia guarda su cohesión y su fuerza no le queda a la mujer más alternativa que la rendición incondicional o que la ruptura completa”.[1]
No hay comentarios:
Publicar un comentario